… Imagine que va a su
médico de cabecera y le explica una de las siguientes historias:
“Tengo un niño de
tres años y vengo a ver si me hace la prueba del sida, porque este
verano he tenido relaciones sexuales con varios desconocidos”.
“ Tengo un niño de
tres años y fumo un paquete al día”.
“ Tengo un niño de
tres años; le doy el pecho y duerme en nuestra cama”.
¿En cuál de los
siguientes casos cree que su médico le echaría la bronca? En el
primer caso, le dirá “ah, bueno” y le pedirá la prueba del sida
sin pestañear; todo lo más le recordará educadamente la
conveniencia de usar el preservativo, lo mismo que en el segundo caso
le explicará que el tabaco no es bueno para la salud (y si el médico
fuma, no le dirá nada de nada). Nadie le increpará: “¡Pero qé
descaro, cómo se atreve, una mujer casada, una madre de familia!”.
¿Y en el tercer caso?
Conozco una historia real. Cuando la psicóloga de la guardería se
enteró de que Maribel estaba dando el pecho a su hijo de dieciséis
meses, la citó para explicarle que si no lo destetaba inmediatamente
su hijo sería homosexual (uno no sabe si asombrarse más de los
prejuicios contra la lactancia o de los prejuicios contra la
homosexualidad). Como Maribel persistió en su “peligrosa”
actitud, la psicóloga llamó a su casa para hablar directamente con
su marido y advertirle del daño que su esposa estaba haciendo al
hijo de ambos.
Nuestra sociedad, tan
comprensiva en otros aspectos, lo es muy poco con los niños y con
las madres. Estos modernos tabúes podrían clasificarse en tres
grandes grupos:
- Relacionados con el llanto: está prohibido hacer caso de los niños que lloran, tomarlos en brazos, darles lo que piden.
- Relacionados con el sueño: está prohibido dormir a los niños en brazos o dándoles el pecho, cantarles o mecerles para que se duerman, dormir con ellos.
- Relacionados con la lactancia materna: está prohibido dar el pecho en cualquier momento o en cualquier lugar;o a un niño “demasiado” grande.
Casi todos ellos tienen
una cosa en común: prohíben el contacto físico entre madre e hijo.
Por el contrario, gozan de gran predicamento todas aquellas
actividades que tiendan a disminuir dicho contacto físico y aumentar
la distancia entre madre e hijo:
- Dejarlo en su propia habitación.
- Llevarlo en un cochecito o en uno de esos incomodísimos capazos de plástico.
- Llevarlo a la guardería lo antes posible, o dejarlo con la abuela o mejor con la canguro (¡las abuelas los “malcrían”!).
- Enviarlo de colonias y campamentos lo antes posible y durante el mayor tiempo posible.
- Tener “espacios de intimidad” para los padres, salir sin niños, hacer “vida de pareja”.
Aunque algunos intentan
justificar estas recomendaciones diciendo que es “para que la madre
descanse”, lo cierto es que nunca te prohíben nada cansado. Nadie
te dice: “No friegues tanto, que se malacostumbra a tener la casa
limpia”, o “irá a la mili y tendrás que ir tú detrás para
lavarle la ropa”. En realidad, lo prohibido suele ser la parte más
agradable de la maternidad: dormirle en tus brazos, cantarle,
disfrutar con él.
Tal vez por eso, criar a
los hijos se hace tan cuesta arriba para algunas madres. Hay menos
trabajo que antes (agua corriente, lavadora automática, pañales
desechables...), pero también hay menos compensaciones. En una
situación normal, cuando la madre disfruta de la libertad de cuidar
a su hijo como cree conveniente, el bebé llora poco, y cuando lo
hace, su madre siente pena y compasión (“pobrecito, qué le
pasará”). Pero cuando te han prohibido cogerlo en brazos, dormir
con él, darle el pecho o consolarlo, el niño llora más, y la madre
vive ese llanto con impotencia, y a la larga con rabia y hostilidad
(“¡y ahora qué tripa se le ha roto!”).
Todos estos tabúes y
prejuicios hacen llorar a los niños, pero tampoco hacen felices a
los padres. ¿A quién satisfacen, entonces? ¿Tal vez a algunos
pediatras, psicólogos, educadores y vecinos que los propugnan? Ellos
no tienen derecho a darle órdenes, a decirle cómo ha de vivir su
vida y tratar a su hijo.
Demasiadas familias han
sacrificado su propia felicidad y la de sus hijos en el altar de unos
prejuicios sin fundamento...
(Fragmento de "Bésame mucho", de Carlos González.)